Llegó Iris
con su corneta de alguacil
pregonando las últimas barbaries,
relató el calendario
de desencuentros astronómicos
que habían devenido
en hielos de verano,
y añadió
con la boca pequeña que la niebla
se había apoderado del Olimpo.
Llegó Iris
con su corneta de alguacil
pregonando las últimas barbaries,
relató el calendario
de desencuentros astronómicos
que habían devenido
en hielos de verano,
y añadió
con la boca pequeña que la niebla
se había apoderado del Olimpo.
En aquella edad
miraba el pelo blanco de mi padre
como una promesa de inmortalidad,
pero nunca llegué a sentirme
seguro de alcanzarla
por el influjo saturnal
de la obligada boina campesina
que teñía de negro
la neutralidad de los oráculos.
Precioso yunque ese de la flor
donde el viento golpea
todos sus despechos,
que nadie espere maravillas
del orfebre frustrado
por las repetidas negativas
del yunque, del metal y de la fragua.
Vuelvo en mí,
será que la resina,
sin tiempo ya para cuajar en ámbar
el asombro del mundo, quiso
dejarme como insecto vivo
y no como residuo fósil
de una vertiginosa travesía
que habría de acabar soñando
en la vitrina de un museo.
Déjame aquí
con esta tiritona
que enmascara las ganas de vivir
con medallas de fiebre,
deja
que mi escalofrío se consuele
con la espora caliente del verano
antes de que el clima se aproxime
al cataclismo estacional
donde todo
ha de fundirse en una
quietud de hielo transparente.
Querida sombra,
ya puedes pintar de azul tu miedo,
ahora que se acaba de abatir sobre nosotros
la cúpula del cielo.
Desde que saltaron
en la torre del reloj las horas
vengo luchando -bordoneo de avispa
de color agitado-
con la sombra huidiza de un sonido
que remite a una forma,
ella me rehuye y se camufla
con todos los embustes aprendidos
de mi afición a las palabras.
Quedó abierta la ventana
y por ella se coló la luz,
pero también la noche
pudo instalar su nido,
así se anudan los contrarios
a la cadena de la vida,
los eslabones saben
jugar al ajedrez.
Ningún sillar
soñó esta altura, ningún muro
este singular confinamiento,
hermosa soledad aquella
que va rodeada de enemigos
a disfrutar de la contradicción
de una improbable compañía.
Renuncié a todo por ti,
por mí a todo renunciaste,
hoy la nada nos acuna
en su regazo, a plena
satisfacción de lo que nunca
perturbó nuestros sueños.