La lágrima fue a caer sobre un tocón de fresno
que por su color y olor debió sorber la sangre de una víctima
en el lejano tiempo de los sacrificios,
nadie que lea a Homero sale indemne
del tufo de la grasa quemada en los altares a los dioses,
yo bebí tarde en esa fuente,
pero al destino trágico de los mitos griegos
no es fácil escapar, aunque te llegue
con el retraso postal de muchos siglos
de domesticidad en la barbarie,
nadie es responsable de su desnudez,
se llega al frío y se conoce la afilada eficacia de los hielos,
no puedo ahora contradecir lo que pasó
pero los hechos arden sólo cuando la savia
ha abandonado sus arterias y la madera
está lista para el fuego, ya sea tocón de fresno viejo
o carne adolescente avejentada
por el sangrado de animales
sobre la mesa familiar de la matanza,
así lo veo ahora, reconfortado por la piedad de la memoria,
mil mariposas sobrevolando con su azul inquieto
la modorra cansina de un mínimo rebaño,
la risa torva del cuchillo invitando a matar,
a darle curso al vertiginoso sacrificio
y la capa pluvial cubriendo el cielo
de taumaturgia y aquelarre,
voló el cuchillo y encendieron su llama azul las mariposas,
-difícil escapar a los milagros-,
se paró el corazón y resonaron oscuras añoranzas
y un atisbo de perfección helada coronó de nieve
la sangre del cordero,
y renacieron como en el árbol de Machado
unas ramas verdes, aunque todos las vieron
como un salpicado de amapolas
sobre un campo de trigo.