estar allí antes de conocer a Polifemo
Temprano empiezan a balar los días del rebaño,
en las marcas de altura
los brotes tiernos de la aulaga nunca muestran
su naturaleza de forraje y hacen dudar a las ovejas
no avezadas al ramoneo, pero vamos despacio,
progresamos al ritmo de las nubes,
entre claros y sombras aparece un renovado pastizal
que el rocío sigue coronando con su sagrado asperges,
por veredas hondas se sale del hayedo y al final aparece
el fulgor repentino de la panda iluminada por el sol,
allí pastan uros y caballos acogidos a una imagen de otra edad,
voy siguiendo el rastro del careo por el olor a estiércol,
por el aire contaminado de cencerros y el rondar alto de las águilas,
subido ya en la cima
del mediodía cálido, fatigado y con sed, descubro
la bondad oscura de la fuente, protegida del sol
por la ferocidad de los helechos, me aproximo
a las lascas pulidas de la sal, donde prospera
una hierba ofendida, más allá la esfera
trasparente del sestil, la dibujada sombra que almacena
una paz desmemoriada y fértil
que hace crecer a contrapelo cardos y ortigas,
correhuelas y beleños azules
para que al despertar no nos deslumbre
la desconexión alucinada y momentánea
de la felicidad.
A este pastoreo casi nunca se regresa
y a pesar de todo añoro
esa lectura que llegará más tarde y que dice sin más,
aventurando, que llegaré a la cueva,
removeré la piedra de la entrada
y después de ordeñar podré sentarme
a mirar las estrellas, las infinitas
ovejas luminosas que a mi ceguera le es permitido pastorear.