Subí al monte,
miré con simpatía la madriguera de los zorros,
me llamaban con la acidez de su ladrido,
sube, me decían, sube solo, sin escopeta y sin merienda,
apenas tu conciencia de animal, el miedo a lo distinto
tal vez nuble tus ojos pero te traerán derecho
las veredas de olor y los sonidos del instinto,
comeremos juntos a la sombra de un roble,
el arte de vivir es eso que discurre entre las hojas
y parece brisa pero no lo es,
nosotros lo sabemos, dos sombras confundidas
en la sombra de un roble, cada una dudando de la otra,
rozándose a distancia por medio de la brisa,
la mirada sutil de las antenas del bigote
midiendo cada poro, cada vendaval del pensamiento,
inusual recompensa, pero al final de la estasis
alguien preguntará: quién anda por ahí,
y una voz con escozor de aljibe
hará que desistamos de este encuentro.