Un arrogante sueño
subió el hacha al robledal,
su voz hizo temblar el alma
de las hayas vecinas, de los tejos
arqueológicamente mantenidos
en el alcanfor del tiempo,
unas palabras de madera
fueron saltando de la herida
en uve de la tala,
la sangre -por supuesto-
no llegó al río, pero
tiño de rojo el corazón
albino de los árboles.
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