Sorbió con ruido el juez su sopa
mientras leía la ordenanza
que prohibía escupir a las estatuas.
Luego, apresuradamente,
acudió a la cita que tenía
con el sentenciado a horca,
poco antes del oficio
en el que el predicador se ofrecería
a investir de monaguillos
al personal amontonado en la prisión.
(De la gacetilla local, edición simultánea)
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