La campanadura sigue ahí,
flotando
después de que el viento se apagase,
oyes
el empecinamiento de los ecos
sublevados, la porfía
entre los pájaros y el aire,
queda apenas
el singular vacío del metal,
tan alargado
como el tumbado campanario
que edificó la sombra,
en medio de musculosas aguas,
de blandos desafíos.
Y ¿qué me dices de la sangre?
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