Con toda la orfandad anticipada
por una infancia lenta
me entusiasmaba recorrer la recta de Éscaro,
un pueblo fantasma que sobrevive aún bajo las aguas,
nada sé de su vida,
si las vacas siguen pastando bajo el agua verde,
si el espejismo del calor tiembla aún en la distancia
jalonada de chopos que yo asociaba al infinito
de los cielos rayados por la estela
de los aviones de azulada plata,
me alejé de allí siguiendo el resbaladero de los años,
pero en los puertos altos aún pervive la lana
medieval de las merinas
prendida en los alambres de púas
como la nieve temblorosa que cada invierno nos visita.
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