de Evanäscente
(en el eterno día siete...)
Camino ahora por el jardín,
voy pensando en algo que quedó flotando
en nuestra anterior conversación,
-mugido lento o contracción disimulada del estómago en tu caso-,
has imaginado un mundo
interior lastrado por las emociones: la mirada
ha de valorarlo todo bajo un estado de ánimo
que distingue con dificultad lo bueno, lo neutral y hasta lo torpe
de lo desaconsejable, de lo activo, y de lo asqueroso
sin que hayamos llegado a definir el asco
o la desapasionada simpatía,
me he manchado de estiércol y mi mano
huele a algo que puede ser sabiduría
porque se adentra en la experiencia de algo
que acaso te ha salido mal, a ti que lo haces todo
con irritación, aunque luego la rutina
acabará enmendándolo,
tú mantienes tozudamente que la norma
es para bien, para poder mirar las cosas
en la cara bruñida de otra cosa y compararla
con la idea original que aún te colea
como gusano en la cabeza, pero eso se asemeja
al remedo tramposo de las nubes al atardecer
que niegan la muerte de la luz
con la borrosa promesa de un amanecer que no es seguro
salvo para ti, tan inseguro,
fíjate, a pesar de tus avisos,
no siento repulsión por la serpiente,
me agrada el hipnotismo que desprenden
los ojos lentos de las ranas, igual disfruto
del canto del zorzal que del quebrado
carraspeo del cuervo, sólo tú voz me asusta y me produce
incomodidad, fatiga, casi miedo, aunque de este
aún no tengo una imagen que coincida
con el caudal de mi experiencia.
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