Soñé con una columnata,
arriba ondeaba el lábaro del papa,
por las ventanas asomaba
la ausencia perfumada de un ejército de monjas,
todas en silencio, como las golondrinas de cerámica
que sobrevuelan las paredes inútilmente blancas
del dormitorio principal, a un lado destacaban
el aspa de san andrés, las llaves amarillas
festoneadas por cordones de oro, casi
un simulacro de dogal o persuasivo látigo,
y ángeles encima,
innumerables ángeles cantando con sordina
como pretendiendo ser los guardianes estúpidos el sueño,
dime, arúspice, cuántas palomas han de ser sacrificadas
para que de aquí pueda salir el humo blanco
que tiene a roma sometida al síndrome
de las piernas nerviosas,
(yo no quemo grasa en los altares
porque nunca entendí la química
que de la púrpura de tanto cardenal
extrae el blanco aislado de una sola sotana
para que sobrevuele la plaza de san pedro
recogiendo el aplauso del teatro).
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