(vuelven a madrid las letras como lluvia)
Un libro de tapa dura ha arraigado en mis manos,
ellas le sostienen con flojera,
con el desmayado mimo de la perplejidad,
la pared contempla la impaciencia de los dedos
que siguen entreabriendo páginas
en busca de la herida y de la venda,
por esa herida se desangra el vértigo
y el consiguiente miedo a una caída
que arruinaría las cuidadas líneas
de su encuadernación y haría peligrar la peripecia
sin conclusión de la lectura,
que alguien le ponga título y consiga
llegar hasta el final,
hasta el cascabel de la serpiente.
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