Nos asomamos al mirador que da vista al embalse,
allí pasta una manada de caballos semisalvajes
haciendo realidad el exorcismo de las cráteras griegas,
unas lanzas enmarcan su perfil y unas sinuosas grecas
alzan una civilizada cerca en torno,
sus ancas de brillante almagre
rivalizan en el charol de la cerámica
con los guiños de las armas
de los hoplitas que se pliegan
sobre sí mismos en respetuoso acatamiento
del óvalo menguado que la leyenda les dictó,
(qué lejos ya la guerra
que disfrazó la muerte de heroísmo),
luego, al bajar hacia el agua,
una brisa marina entre los montes
nos hará ver a ulises regresando
con pesadumbre a ítaca, a sabiendas
de que nunca las sirenas volverán a cantar
para quien ha tapiado sus oídos
con la rutinaria cera de los días.
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