Salgo al campo,
la mañana cuelga como una exposición
inestable de gotas de rocío,
todo lo habitual es percibido
como un simple antojo de la mente,
hasta el café que sigue difundiendo
su caliente aroma de ojos a nariz
pretende hacer milagros,
cuando huele a pan el campo se reanima
y puedes ver las cosas ordinarias
retomando su familiar aspecto
de reses liberadas, en cambio hoy
el olor es a hielo y su resplandor
-que la memoria sigue humedeciendo en pleno julio-
hace que todo ruede con impulso de río,
con potencia de ola y con rugir de mar.
II
Las creaciones se suceden, igual que rodamientos,
cada mañana un halo,
en cada pensamiento un brillo de niebla condensada,
cualquier cosa oculta su apariencia
para que los ojos sustituyan la monotonía por los ruidos
sagrados del ceremonial,
escuchas campanas y son gotas de reloj escurriendo del musgo,
los helechos se han convertido en celosías
para preservar esos misterios
de las miradas que podrían profanarlos con dedos torpes,
hasta tu piel reclama la crema protectora
contra un sol desvergonzado que se asoma
a los cerros de oriente desparramando hosannas,
sí, el rocío,
la sacralidad del pórtico
a una hora tan temprana.
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