viernes, 19 de abril de 2024

Aquel verano el calor fundió los escalones de corindón rojizo que entraban en lo oscuro con la intrepidez de una escalera literaria, sus escalones no temblaban al bajar, soportaban con gracia las ampulosas vestes de una indecisa Beatriz, a la que seguía un secundario que ejercía de Dante; ambos venteaban el ambiente en espera del olor a laurel que precedía a la entrada en escena de Virgilio; él debía guiarles en su recorrido por las gradas del dolor

 



Es diferente el dolor de un ciego?

cerrar los ojos, comprobar, poner las yemas 

en off, como en invierno y convocar la llama del candil

no por la luz sino por el calor, no hay guía

que progrese en lo oscuro, duele por capilaridad, rezuma

y hace la pared horizontal,

fuera vuela un pájaro, su alta no presencia 

es un dolor por duplicado, lo sordo algodonoso del aljibe 

que pronuncia despacio Baelo Claudia, la inmensa media luna

familiar que nos acoge, duna lenta o imperio,

resto de transidos huesos y cimientos señalando el foro

donde se entrenaba el tacto, donde topaba el brillo y se licuaba

como la saliva el nombre cítrico del mar, 

no todos los dolores son iguales, 

aunque responden todos al estímulo 

de un solo dolor. 



Zona B:

Cerrad los ojos y pensad en Auschwitz, en Mauthausen, en Treblinka. Abrid los ojos y mirad el cielo azul. Volved a cerrarlos -por el humo- y pensad en Gaza y haced comparación. Ponedle a todo un nombre, de esos que recoge el diccionario, no hace falta inventarlo.


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