Me dicen
que algún dios menor llegó después, vestido de mendigo,
huidizo y como extraño en el lugar que él mismo tuvo a su cuidado
antes de que lo echaran del olimpo,
sus barbas eras grises, descuidadas, y su mirada estrábica
intentaba posarse en los macizos de begonias,
tal vez buscando caracoles para hacerse un collar y congraciarse
con el tribunal que le obligo al exilio,
pero un municipal le denunció por invadir espacios amparados
por el cartel de no pisar -vietato campestrari fiori-,
estuvo detenido y se negó a comer, aunque se sabe
que los dioses no comen por necesidad sino por ansia,
cualquier motivo vale para emborracharse y alcanzar las molduras
del altísimo techo donde cuelgan las telarañas del nirvana.
Zona B:
Todos contra ti, tú contra todos, hasta que la tierra tiemble bajo los pies y ofrezca abiertas las puertas del infierno. A él, al genocida ¿qué más le da, si ese es el futuro que le espera?
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