viernes, 12 de mayo de 2017

Humo, tierra y cielo.

Quien busque una certificación a este pretendido enfrentamiento debe empezar por pensar en esto: nuestros intereses nunca se opusieron, nunca entraron en conflicto porque tendían hacia puntos divergentes. Algo semejante a lo que ocurre con el paralelismo procedimental de la teoría frente a la práctica, donde apenas el fin coincide como meta. Por manejar ambos un material homónimo a la vez que heterogéneo, son incapaces, -aunque lo pretendieran-, de entrecruzar sus trayectorias. Son dos mundos simultáneos pertenecientes a dimensiones sin conexión posible. El mío era un medio rural y primitivo, donde las maneras de obtener del laboreo el producto suficiente para vivir carecían aún de una experiencia orientadora. Todo intento se siente pionero y con suerte obtendrá, tras muchas repeticiones infructuosas, los rudimentos de una praxis orientada hacia el futuro. Tiempos, terreno, tipos de semillas, procedimiento adecuado durante las distintas fases del proceso previo y posterior a la recolección. En esta cadena cualquier error condiciona el siguiente paso y pone en riesgo el resultado final, nada se deja al beneplácito del azar, porque el azar es una cuestión de fe y aquí la fe no colabora.  En él mi industria prosperó hasta niveles de parca suficiencia. Y me dio suficiente autonomía como para convertir la soledad en algo placentero y enriquecedor.
Enfrente queda el otro, el que se conforma con la pujanza natural que se abre paso en condiciones no dependientes del esfuerzo y de la planificación personal, sino de una voluntad superior a la que hay que hacer propicia mediante adulaciones y sobornos.
No tienen por qué ser mundos competidores. Cada uno de nosotros eligió aquel que estaba más en consonancia con los gustos y habilidades personales. Y a partir de la elección nuestros territorios se fueron alejando, con lo que el contacto se redujo a alguna esporádica coincidencia.
Lo demás es un malévolo añadido, adorno para ociosos suministrado por una mente ociosa.
Por eso yo pregunto: ¿es más sabio el humo que, tras devorar el sacrificio de las primicias, se eleva al cielo o el que regresa a la tierra como intentando devolver algo de lo que de ella ha obtenido?
Pues de esta nimiedad partió la historia.

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