miércoles, 31 de mayo de 2017

Recordatorio

Como ya fue dicho, sabio es el que se conforma con el espectáculo del mundo. Sabio, se dijo; no justo, ni solidario, ni feliz. A cada palabra debe dársele lo que su ámbito reclama y no siempre la sabiduría ha de coincidir con la virtud, a menos que esta venga despojada de cualquier tinte moral o tufo religioso. Las cosas son neutras en origen, ni buenas ni malas, simplemente adecuadas a su fin, hasta que algún tipo de violencia acaba sometiéndolas al interés particular en perjuicio de su natural disposición para lo universal.
Y si la sabiduría se identifica con la aceptación de un estado de cosas, no supone que se asuma como justo o adecuado, sino como temporalmente inevitable, de manera que, sin provocar enfrentamientos en situaciones de clara desventaja, se pueda introducir en ese "statu quo" alguna cuña imperceptible que a la larga facilite la vuelta al estado original y, a ser posible, sin violencia, ya que esta suele servir a intereses secundarios, contrarios casi siempre al interés original.
Así considerado, el sabio es el que apuesta por una relativa quietud, limitando la elaboración de teorías a lo imprescindible para mantener el equilibrio, sin ambiciones de dominio, sin escalafón ni jerarquía que perturben el derecho a vivir de todo ser llamado por la vida.

viernes, 12 de mayo de 2017

Humo, tierra y cielo.

Quien busque una certificación a este pretendido enfrentamiento debe empezar por pensar en esto: nuestros intereses nunca se opusieron, nunca entraron en conflicto porque tendían hacia puntos divergentes. Algo semejante a lo que ocurre con el paralelismo procedimental de la teoría frente a la práctica, donde apenas el fin coincide como meta. Por manejar ambos un material homónimo a la vez que heterogéneo, son incapaces, -aunque lo pretendieran-, de entrecruzar sus trayectorias. Son dos mundos simultáneos pertenecientes a dimensiones sin conexión posible. El mío era un medio rural y primitivo, donde las maneras de obtener del laboreo el producto suficiente para vivir carecían aún de una experiencia orientadora. Todo intento se siente pionero y con suerte obtendrá, tras muchas repeticiones infructuosas, los rudimentos de una praxis orientada hacia el futuro. Tiempos, terreno, tipos de semillas, procedimiento adecuado durante las distintas fases del proceso previo y posterior a la recolección. En esta cadena cualquier error condiciona el siguiente paso y pone en riesgo el resultado final, nada se deja al beneplácito del azar, porque el azar es una cuestión de fe y aquí la fe no colabora.  En él mi industria prosperó hasta niveles de parca suficiencia. Y me dio suficiente autonomía como para convertir la soledad en algo placentero y enriquecedor.
Enfrente queda el otro, el que se conforma con la pujanza natural que se abre paso en condiciones no dependientes del esfuerzo y de la planificación personal, sino de una voluntad superior a la que hay que hacer propicia mediante adulaciones y sobornos.
No tienen por qué ser mundos competidores. Cada uno de nosotros eligió aquel que estaba más en consonancia con los gustos y habilidades personales. Y a partir de la elección nuestros territorios se fueron alejando, con lo que el contacto se redujo a alguna esporádica coincidencia.
Lo demás es un malévolo añadido, adorno para ociosos suministrado por una mente ociosa.
Por eso yo pregunto: ¿es más sabio el humo que, tras devorar el sacrificio de las primicias, se eleva al cielo o el que regresa a la tierra como intentando devolver algo de lo que de ella ha obtenido?
Pues de esta nimiedad partió la historia.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Mascarada

Ser el primero no siempre representa una ventaja. Según los casos se tiende a valorar la primicia como un derecho a honor, a posesión, incluso a sabiduría, cuando lo normal es que el primero sea el más expuesto a los imprevistos del azar. La atribución de algo a alguien por el único mérito de haber pasado por el lugar antes que nadie da como resultado esa ridícula figura del Colón de turno tomando posesión de un mundo que acabará devorándole. En mi caso no hay duda, y a pesar de que mi primacía sea más producto de leyenda que de hecho real, mi nombre irá asociado siempre a primera sangre, mi vagabundeo a condena más que a desarraigo, mi soledad a rechazo más que a inadaptación, siempre arrastrando una apariencia impuesta por un poder ajeno a mí y opuesto a mis deseos.
Cuando el tiempo desgaste este disfraz y muestre mi verdadero personaje, acaso ya nadie recuerde el sentido original de la comedia e incluso puede que no haya nadie esperando a que la caída del telón aporte alguna claridad a tanto enredo.