Intentaba ver algo consolador
asomando a aquel balcón sombrío,
por eso su manía con las flores,
la barandilla recargada hasta el extremo
que hacía muy difícil que alguien se asomara,
un día apareció en la calle, mirando aviesamente
hacia aquel bosque de macetas,
en la mano llevaba unas tijeras, esas tijeras de podar
que imitan el chasquido de los dientes de un dóberman
cuando hace frente a un enemigo potencial,
fue sólo un momento, enseguida entró en la casa
y apareció arriba entre las flores, dando tijeretazos
y enseñando los dientes en una gran sonrisa
como si ella misma se hubiera convertido
en el consuelo que buscaba.