Esto es lo que ocurrió,
quisimos demostrar con un discurso razonado
la anatomía femenina de una casa manchega
partiendo de un tendal de ropa con olor a tiempo,
en él colgaban armas de uso diario,
herramientas para humanizar el barro
junto a fantasías reservadas
para el combate cuerpo a cuerpo
con la doncella que amasaba el pan,
también el suave olor a sombra
de las paredes encaladas con un toque
discreto de azulete, pañitos de croché para el botijo
y huesos funerarios de persiana
por donde espiábamos el mar,
un recurrente bozo de inmortalidad nos permitía
compartir en silencio los temblores
de un televisor binario que regurgitaba silogismos,
ganando al tiempo las apuestas
sobre las voces con ronquera crónica
en una garganta de mujer,
un viejo libro del quijote
bostezaba su ausencia en la repisa donde sólo
había figuritas de cerámica,
en esas
estábamos, eternos en mirar
y ciegos en administración de resultados,
dos flores pequeñas se asomaban
como gorriones al balcón, con ojos
oscuros y visiones claras entre albahaca y alhelí,
no guardes rencor a Apolo, él desconoce
la hondura de tu desazón y puede que también sus dientes
hayan llegado a la corteza de esas frutas
todavía en agraz,
él sólo señalaba hacia la niebla
y allí estaba Madrid, enlutecida,
en bragas blancas de canalé,
tapándose los pechos y aspirando
el humo negro de los coches como vestido
para poder bajar al bar, mirarse en el espejo
con normalidad y alzar el vaso de cerveza
lleno de lágrimas por fuera.