cualquier día, la noticia, como si fuera un telediario...
Desde hace mucho tiempo
lleva esta duda recorriendo
con pie de viejo la distancia
insuperable e invisible
entre los cuartetos ajustados
por comodidad a una manera
tan literaria de nostalgia,
y he echado de menos aquel vino
impropiamente helado que un camarero del caribe
nos sirvió en Santillana
pensando acaso en el sofoco
de Hemingway saliendo del infierno
de una pelea con el mar,
íbamos nosotros conduciendo
un fueraborda sobre un agua
espesa de recuerdos, algo
de poetas helenos con aroma
de proximidad y el verso libre
afónico y ritual de Paco Ibáñez
adherido como salitre a la garganta,
y hasta hacíamos planes
de desintoxicación en las montañas
de Prioro, en un verano
que no acababa de llegar,
tú mantenías el azul cobalto
entre las uñas y seguías
refugiándote en las alas
de un tríptico eficaz que resumía
como un seto de boj los laberintos
sin dioses ya del paraíso, -cuánto puede
enseñar la ceguera a los que miran
a través de un cendal de prohibición-,
tan cerca, tan lejanos, tan amigos
como dos promontorios geodésicos
petrificados en la realidad calcárea
de unos Picos de Europa de cartón,
luego nos dijimos adiós y el humo
imaginario de aquel tren se puso
como un muro ante los ojos, sin lágrimas,
sin emoción visible, todo formal,
pero los días
continuaron huyendo
para evitar tener que reprocharnos
una amistad sin vino compartido.