Le observaba a él, -a sí mismo-, en el espejo,
complexión de atleta, suposiciones anatómicas
de lo que debe ser un héroe,
padecía de luz, con la miopía de los que miran
sin disimulo su reflejo en superficies lisas,
pared, coraza, escudo, incluso en las hebillas de las grebas,
no le falta valor, se mide con lo mejor, sin competencia,
su espada ya conoce los secretos de los corazones más osados,
entra armado hasta las gradas del altar
e increpa con altivez a las estatuas de los dioses,
quiere saber si existen límites, si es mejor la vertical
del precipicio o la llanura de la playa
para enfrentarse a su destino con rictus despectivo,
aún sabiendo que la muerte siempre corona al vencedor.