Me enfrento a la pared donde arde la cal,
su blanca mano zurbarán dibuja monjes en hilera,
la verja de la huerta prolonga los faldones blancos de los hábitos,
cómo pintar los oros en este comedor tan sobrio
o los terciopelos rojos de la tentación en los camastros,
cómo orar de pie volando, rozando plumas de ángel,
cómo vencer la liviandad de la saliva, el recitado
cuaresmal de lo prohibido si se desconoce
el protocolo conventual, -tanto silencio-, y el balbuceo
de un desnutrido gregoriano, como mucho ese olor
a jabón de lavar y el pobre incienso de-cada-día-dánosle-hoy,
hoy que es día de ayuno y sólo se permite
una mirada furtiva al bodegón de las cerámicas.
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