martes, 19 de septiembre de 2023

Se entraba al edificio por un hueco en la pared hecha de libros, los de tapa de piel eran el zócalo, sus lomos relucientes con dorados y estarcidos daban pie a comentarios con un oh de admiración; ya dentro se podía vivir sin respirar, recurriendo a un pasaje de lectura donde se hablaba sin tapujos de la bondad de dios que había hecho el aire con su aliento

 





El nombre de los gatos

se sacaba del santoral, añadiendo a un color sucio

la connivencia de otros dos, es gata, se decía,

la trinidad tintada es femenina aunque se oponga

con sofocada abnegación al dogma,

llueve sobre la vida plana, se convive con la necesidad

que a menudo se trasforma en virtuosa 

a imitación del cardo comestible, se usan de común

las oraciones secundarias con el habla 

impregnada de dios y su latín acalambrado

fuera ya de circulación,

se va a la escuela y se regresa sabio, aunque no feliz,

son los tiempos del santoral profano para gatos

y de historia sagrada en la cocina 

que nos hará crecer como alimañas con collar.


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