Pensó que era una fresa aquel sabor a sangre,
quién iba a decir que el frío del rocío le iba a despertar,
él no era un lagarto de infinitos ojos verdes
ni el corzo asustadizo ni el pajarillo camuflado
entre las hojas lamidas por el sol, era una caliza más
empujada al barranco,
hay una memoria pegajosa por la piel que sangra sin heridas
y un cadáver lento en el alero del amanecer,
las balas le dejaron al rebufo de su turbulencia,
no hicieron blanco aunque persista en sus oídos el rumor de la gracia,
las cuerdas en las manos le han dejado entumecido aquel instante
de fuego y confusión, no hay ángel ni camisa blanca
ni el ansia de correr que impulsa el miedo,
el sol ha levantado, le dice ven,
abajo quedan los otros doce, inmóviles, callados,
pirámide sin punta, desmochada del fatal número trece.
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