En la breve
nomenclatura de ellos era eso: flor,
espina de cardencha con su arquitectura de vanguardia,
ideal para aguantar el frío con elegancia estoica,
allí vivían a destiempo su indigencia ermitaña
con la consolación prestada por unas gotas de dolor
en dosis homeopáticas alentadas por el pulso pausado de la ascesis
y los rizos del humo gregoriano,
cualquier ruido no regular era tenido por blasfemia
salvo el rosario de azabache que los grillos nocturnos
hacían coincidir con los maitines, minutos antes
de la primera lágrima del sol,
su ciclo térmico abarcaba sólo de doce a doce,
el resto de las horas se encurtía entre el dolor y la ataraxia
hasta que sonaba la campana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario