Acudí al brezal después de que las máquinas abrieran aquellas hondas desgarraduras.
En ellas reforestaron la indiferencia forastera del pino y del aucalipto, dejando al aire como cadáveres profanados los corazones rojizos del brezo paisano.
Cargué con alguno de ellos, los llevé a casa y me dediqué a contemplarlos durante horas, días incluso, buscando sólo comprender.
Durante la noche oí una voz, o me lo pareció. Busca dentro.
Y esto es lo que hallé, un yunque donde el viento acude cada día a templar su desarraigo.
Y aun quedaban otras muchas cosas que mirar.
(Talla en madera de brezo. A. Díez)