El hombre se ha asomado a la azotea del edificio comercial,
sus gafas negras brillan como los ojos de un halcón,
lleva en las manos un objeto de metal y lo examina
con amor minucioso, como si fuera la estilográfica
que le regalaron en su primera comunión,
ha apoyado los codos en el parapeto de cemento
y observa el hormigueo de la gente recordando
sus patrullajes por la selva en una guerra
que le enseñó a ensartar recuerdos
en alfileres de coleccionista,
ahora sus días se oscurecen como balas de plata en el club de veteranos
donde la historia es una mariposa de alta cotización por su rareza,
él nunca llegó a verla, ni siquiera en las vitrinas del colegio,
pero sigue ajustando la mira telescópica de su rencor
por si quisiera aparecer revoloteando entre la multitud.