En el escudo de esta ciudad espejo
aparece un perro contemplando ansiosamente
un puente medieval con uno de sus arcos
derruido bajo un sol sin nubes,
de entre la ruinas crece un árbol
con brillantes manzanas y debajo,
en cuartel separado, se entrecruzan
tres herramientas de labor atadas por un verso,
lo han instalado ahí, frente al supermercado
iluminado por barritas rojas de neón, muy cerca
del gran reloj que repite el tiempo en horas góticas
y certifica la planicie curva de nuestro planeta,
casi nadie coincide en su sentido, los más antiguos
lo vieron todo bajo un prisma de pandemia y religión,
más tarde redujeron la interpretación y las creencias
a un contrito ejercicio de disciplina y abluciones,
hoy prevalece la costumbre sin escribir aún
de que al arcano y la leyenda no se llega
cruzando puentes, cosechando frutos
ni alimentando perros sentenciosos,
(pero aquí cualquier cosa puede suceder
sobre todo si es algo convertible).
No hay comentarios:
Publicar un comentario