sábado, 27 de mayo de 2023

En las entrañas secas del condado se eleva el espinazo de una inquietante ruina medieval, traída piedra a piedra desde Europa, para que la gente fiera del interior americano aprenda a diferenciar sangre de normas, lugar de origen y actual emplazamiento, pues el tiempo lo conduce todo sin distinción hacia el final

 





En el escudo de esta ciudad espejo

aparece un perro contemplando ansiosamente

un puente medieval con uno de sus arcos

derruido bajo un sol sin nubes,


de entre la ruinas crece un árbol

con brillantes manzanas y debajo, 

en cuartel separado, se entrecruzan

tres herramientas de labor atadas por un verso,


lo han instalado ahí, frente al supermercado

iluminado por barritas rojas de neón, muy cerca

del gran reloj que repite el tiempo en horas góticas

y certifica la planicie curva de nuestro planeta,


casi nadie coincide en su sentido, los más antiguos

lo vieron todo bajo un prisma de pandemia y religión,

más tarde redujeron la interpretación y las creencias

a un contrito ejercicio de disciplina y abluciones,


hoy prevalece la costumbre sin escribir aún

de que al arcano y la leyenda no se llega

cruzando puentes, cosechando frutos

ni alimentando perros sentenciosos,


(pero aquí cualquier cosa puede suceder

sobre todo si es algo convertible).

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