Este día de musgo
sofocado por el parasitismo de la espera,
que imita al aire quieto y se conforma
con alcanzar a tiempo la última hora sin que nada
le haga diferente o memorable,
este tiempo que estuvo
mirándose al espejo en el balcón o disfrazándose
de jardinero entre macetas que nada esperan de él,
su lentitud de tierra sin roturar, indiferente a lluvias
y a meteorologías improbables,
lo conocí un domingo a la puerta de un colegio,
la gente se apiñaba en torno a un funcionario
que colocaba a cada uno un granito de sal sobre la lengua,
mientras lo saboreábamos se cerró el colegio
y el tiempo continuaba endomingado en su disfraz.
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