sábado, 20 de mayo de 2023

Por supuesto, siempre en las afueras, muy cerca de la alberca donde termina el suelo de Fair Isle, la verja limitaba con los juncos y las espadañas y en los atardeceres de dolor y cobre se le oía repetir: "Estos son los zancos de un melancólico vagabundo mundial hablando", "Revélanos aquello que ves en tu cabeza"

 





Siempre pensó que llegarían juntos al final

jugando a reventar palabras, pinchándolas

como si fueran globos de un cumpleaños, 

llamando a timbres para salir corriendo y ver cómo la nada

                                                                        rezonga con la nada,

eternamente niños malcriados, a los que una desafiante primavera 

                                                                                 coronaba de flores,


ella prefería ir por delante, con sus gafas de miope, definiendo

                                                              lo que los ojos no alcanzaban,

pero llegó a cansarse de mirar siempre el mismo espejo

y empezó a dedicar tardes enteras a la afición de no hacer nada

salvo observar cómo las nubes envejecen sin dejar de ser jóvenes,

después vino el silencio, esa jovial pereza que cambia por sonrisas 

                                           las palabras y rubrica cualquier afirmación

con un hilo de baba entretenida en las púas de un mentón mal afeitado,


y al final un cansancio que sólo admite soledad,

las manos siempre frías, sin lápiz ni papel,

con el vano de la puerta enmarcando en el horizonte mudo

la presencia ruidosa de la nada que no le deja oír ni a los ratones

que usan para dormir sus zapatillas.





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