Supe que alguien te llevaba de la mano
hacia esa zona oscura del comedor, no era ella,
ni la madre, ni la abuela, ni tu enamorada
alzando el brazo con un vaso de vino peleón,
tú arrastrabas los pies, los dedos se engarzaban
como zarcillos a la pared inexistente,
con miedo de caer, aunque los ojos y los labios
seguían dando muestras de alegría,
los ángeles no existen, sólo hay plumas
arropando una idea generosa que nunca llega
a mostrar su eficacia con nosotros, sobre todo
cuando babeamos y los ojos se nos tuercen,
aunque allí siempre espera un plato de sopa fría,
la escuadra militar de los cubiertos frente al vaso vacío
y el pan envuelto en una servilleta
como si estuviera enfermo.
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