Ay, el viejo olor
en el frontispicio del verano,
ir a hierba, decíamos, resignados a la lentitud y a la distancia,
éramos los mismos de la luz
ahora refugiados en el humo para ahuyentar mosquitos
junto a las hogueras del crepúsculo,
jugando a ver a sol caído y con el aire ya sereno,
una adivinanza, un verbo congelado en su acción por las roderas
de un camino de carros, arriba el Can Mayor y Betelgeuse
como escozor de vacaciones condenado a nunca florecer
y la memoria de la casa
en forma de cazuela con un vidriado guiño de cerámica.
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