Fue de noche cuando apareció,
dio a entender que tras él vendrían otros,
no como profetas sino como seguidores de un idéntico exilio,
se percibió en los árboles el tamborileo de un escalofrío
sin pájaros ni la habitual orquesta de rumores
que hacen entrechocar las cosas demasiado juntas,
nuestros ojos clamaron por los espacios despejados
en los que cada cosa tiene su lugar,
no aquella entraña de hormiguero con olor a metal
emulsionado por el miedo,
no hubo proclama, ni sermón, ni el edicto lacayo
que trata de encauzar cualquier indicio de sorpresa,
pero al abandonar la plaza,
todos íbamos pensando en un versículo
de algún libro sagrado del que apenas
sobresalían unos números entre corchetes paralelos.
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