Es como apostar por esas horas
que van de doce a dos, las horas ciegas
que señalan comienzo y nada tienen
de promotoras o iniciales,
parten ya de la altura diáfana del día
y son grandes como el sol aunque fugaces,
su duración no importa, sólo la ingravidez ralentizada
por la diagonal de los vencejos que les dan su forma curva,
no habrá mañana, no, son horas
de temblor y aliño, como la huella del vapor,
igual que un manantial que nada más nacer
cambia de nombre.
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