Hay una luz
que dulcemente se arrastra entre el tomillo,
seguramente no olerá, ni servirá para medir distancias,
cumple bien con su misión que es darle
sentido y trasparencia al tiempo,
ayudarle a que no pese más que el alma soplada
de las mitologías,
un enunciado dice:
todo se mide con miradas, todo cabe
en la cueva caliente del paréntesis,
y una lengua de aire corrobora en decimales apretados
el olor, la distancia y el sonido
de eso que ni siquiera es voz, pero mantiene
presencia numeral en los sentidos.
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