Debería hablar
el beatificado sillón al que Jorge Guillén
buscó un lugar en el olimpo polvoriento de los muebles viejos,
pero no es la palabra su mayor virtud, él la sustentaba
y le abría paso entre volutas platerescas
del humo del tabaco y del aroma del café, dejaba al aire entrar
trayendo desde fuera la apretada letra del periódico
y esperaba a que cayera como ceniza sobre la decrepitud
ardiente del salón,
la casa ya no corrobora ni convoca en masa a la memoria,
simplemente lo relega a objeto de desván bajo las sábanas
inciertas de una santidad pagana,
y habrá de resarcirse del olvido con un alto, altísimo
concepto de sí mismo
en lucha con el amor por todo lo demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario