En el aire quieto del atardecer
me siento a despedir al sol
que progresa con lentitud de sombra,
ajeno a su función y a nuestra puntual curiosidad,
únicamente interesado en preparar su cuchitril nocturno
igual que haría un mono o una comadreja,
su desnudez empieza a enrojecer según desciende,
es el momento en que no hay pájaros
porque todos se acogen al silencio
temeroso de la expectativa,
todo cabe en ese instante
en que la gota roja es absorbida
sin ruido por el mar.
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