Siempre se quedaba quieto
en esa indecisión del recordar
como si estirara los dos brazos
y el acordeón le acompañara con varias hebras de sonido,
los ojos le dolían de valorar colores huidizos,
sucede a veces, que deja poso en los párpados,
grumos de rumor en el oído interno,
granos de sal en el paladar
y agujas vegetales en los dedos, todo a la vez,
mientras se extiende ese punto ciego del recuerdo
como un benigno aceite,
luego, ya en reposo,
tomará en sus brazos todo el cansancio acumulado
durante la jornada
y dejará escapar algún suspiro -igual que el acordeón-
que irá a enredarse como adorno en la pared de las buganvillas.
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