Con el eclipse
En aquella casa
la magia abría la ventana para dar paso al sol,
ollas, pucheros y el hervor de las miradas anhelantes
se congregaban en la mesa a la hora del ángelus,
la manos
como cálices, rozando las bajeras de dios,
siempre a la espera del truco meridiano,
tímido aplauso de las hojas al final del número
y el gran libro
entornando los ojos con un guiño
de rubor complaciente,
y aunque reinaba aún la oscuridad
nunca el sol tuvo tantos
motivos para seguir oculto.
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