Siete días sin ser ni estar,
acaso sea esa la causa de tanta desazón,
los hilos de esa tela del alma avejentada
por lejías y excesos en el cordel del tendedero,
alta como vereda de rebeco
reconfortada con el verde del enebro salvaje
tan pegado a la tierra que se diría terrenal, no fruto
de volanderos arrebatos que lo elevan al sol como si fuera
un tributo a los ídolos locales,
por eso pides hoy que no haga frío, que prosperen las bayas
de fuerte olor azul, que se maceren en alcohol del cuatro,
y que podáis celebrar el alma y tú, sonámbulos,
un reencuentro entre la bruma perfumada
con la tristeza malva de ese falso azafrán
que suele coincidir con el adiós de los pastores.
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