martes, 26 de septiembre de 2023

Le han dejado en el asiento que mira al sur, el tren viaja hacia el norte, aún no ha dejado la estación y ve alejándose a quienes eligieron el asiento, mira el cristal con lamparones, la suciedad dibuja formas familiares, la cara de una vaca, la silueta incompleta de un caballo; el tren se pone en marcha, las cosas se deslizan tan deprisa que no le da tiempo ni a nombrarlas, se le amontona el mundo ante los ojos y se le corta la respiración

 




Quería recordar aquel pasaje

en que el enfermo se esforzaba en imitar los movimientos del esguilo,

un chapín doblegado por el uso, acostumbrado a la caricia de los años,

ir y venir, mostrarse y desaparecer, contarle al visitante

las aventuras de una ardilla que no se resignaba a despeñarse

por las hambrunas del invierno,

él lo usaba con la sagaz sabiduría de los solitarios

para conseguir que no se fueran, que aguantaran con él cada peldaño,

cada burbuja hirviente de las horas hasta que la claridad se disipara,

luego, aplacada la ansiedad, el chapín se enroscaba

bajo la cola de plumón y convocaba el mismo sueño:

la afilada brisa de la primavera le curaba

el color amarillento de los ojos y el escozor maleable de la piel,

y acababa vestido con el traje de la primera comunión.


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