Con el renacimiento
los artistas añadieron peso a la flotante creación,
antes el arte se llenaba de volanderas jerarquías
y ojos grandes para suplir la esclavitud de las miradas,
cabía todo en el pan de oro de la trascendencia bizantina,
sin preguntas, sin profundidad ni perspectiva,
sólo contemplación de un argumentario teologal
resumido en la almendra genésica del verbo,
teología tallada en arenisca a la que el tiempo suavizó los trazos
del cincel adoctrinador,
ahora flota en el aire el olor animal que nos dejaron
los alambres de espino al arrancarnos
el místico vellón del paraíso.
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