Dícese de aquel famoso bandolero
-aunque de andanzas solitarias- que asoló con su desenvoltura
la costa cántabra de san Vicente, abriendo sucursal volante
en parroquias menores para atender a la logística
y garantizarse la intendencia en las fulgurantes razias
que de vez en cuando desplegaba,
de él se dice que era un miedoso enamorado de la soledad,
que encargaba novenas al capellán de san Andrés
para obtener una crucifixión menos violenta
que la que tuvo el santo,
y aún se añade en la posdata que renunció a su herencia
donándola a un alfoz de la alta Liébana,
tratando de granjearse el beneplácito del monumental cenobio
donde sus padres le dijeron que había sido bautizado.
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