La ofrenda es eso, apoyar la desconfianza
en la inestable alfombra de los sueños,
olor a almizcle y al óleo de la unción, qué gratos recuerdos
deja la indigencia, nueces vacías para amenizar la espera,
el compás de la escalera mística, tres banzos cada vez
y arriba una luz vivísima llamando
a cada cosa por su nombre, tú y tú, y tú también
que te camuflas en la sombra,
fuerte es el dolor que no se aplaca con plegarias,
moscas y sangre seca sobre la piedra del altar
ya desde la primera luz, espabiladas por el olor a acónito,
dispuestas a resistir hasta el final
pues saben que la gula de los dioses deja siempre una cenefa
de hartura y desperdicio.
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