Una y otra vez regresa al lugar de la tiniebla
siguiendo a las miróforas, cuando llega se le nubla el sol,
y el lugar le baila como si hubiera bebido demasiado,
tantas flores dejadas sobre el túmulo de tierra y piedras,
para qué cortarlas sin dar sentido a su estación,
sin dejar que las liben las abejas,
piensa:
no más devastación, las flores en el prado,
y el honor de los huesos bajo la tierra roja,
en esa curva fue donde se puso el sol,
el agua de la fuente da un rodeo
y, tras llegar a la cuneta, se convierte
en un florido mapa con óxidos azules
donde Lázaro sigue soñando, horizontal,
con su vestido de fantasma.
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