Nadie le ayudó a erigirse
como bronce en la plaza,
en unos años se ganó la pátina
de ruina nueva frente a la catedral
y su leyenda convocaba
a un reducido grupo de turistas
hacia las ojivas negras,
arriba las grajillas seguían repitiendo el himno
de sexta y nona justo antes de sonar las campanadas
en el reloj morado del deán.
Otros se obstinan en seguir citándola
como la hora del vermú.
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