Lo negaba todo
especialmente si se trataba de comida,
ni el frío ni la soledad le concernían,
sólo el hambre, a la que describía
cruzando las pupilas y dejando en blanco
la moraleja del final,
los momentos de fuego se recuerdan sólo
por las quemaduras y, si acaso,
por el olor a chamusquina,
solía decir salta siempre hacia delante
aunque oigas un sonido de agua,
mejor el agua cantarina
que la piedra callada,
sorprendía con su conocimiento canallesco
del ángulo inocente
y puedo aseguraros
que no había leído el Lazarillo.
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