Tal vez se tarde demasiado
en descubrir la humillación de la calzada
de adoquín militar, con vías de tranvía surcándole la piel,
ir desde el solar de tierra
al centro suburbial de la ciudad y hacerse
fotos efímeras en los escaparates
de las tiendas de ropa, así abría
mi posición al enemigo
que dormía en mi cama enmascarado
en la aspereza de unas sábanas de lienzo sin domesticar,
así cubría con dificultad las parasangas
de aficionado a la distancia
devorando caminos en los libros
a los que había que despegar las páginas con abrecartas,
cada día
un zij zaj de trinchera y cada hora
un recordatorio avergonzado
del recitado gregoriano que resumía aquella guerra,
resurrecciones, natalicios, bodas de rusticidad urbana,
lenguas resistiendo el esmerilado del decir
y todo por poder alzar las manos cada mes
con el muérdago denso que amansaba
la toxicidad de las comidas
y nos permitía acostumbrarnos
a pagar a plazos el esfuerzo
de morir un poco cada día.
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