domingo, 22 de octubre de 2023

No la llevéis ahí, dejadla libre, sus pasos abren surco como pezuñas de animal autónomo, no es preciso cicerone para sus andanzas de aedo homérico, los ciegos ven debajo de la niebla, ella puede conversar con Safo y acaba descubriendo el tono justo que ha de darle a la palabra según a quien vaya dirigida; su rigor es más conceptual que de carácter

 


                         ella sigue ronroneando a pesar de la rígida expresión,

           dentro de un año -o dos o tres, quién sabe- acabarán dándole el premio


Llegando ya al estrado, casi tropezó

a pesar de caminar despacio, pelo apelmazado

como rastas tratadas con cera de abejas, 

carmín en la blancura de la manga, ni se fijó en el brillo

del chaleco de su acompañante de rígida etiqueta,

su mirada avanza con lentitud de barco, acaso busque

el perfecto escenario, ese que ni se ve, en el aire

todo es posible, ella tiende a mirar por encima de las gafas,

ni siquiera se ríe cuando alguien se le pone delante y le propone

hacerse un selfi, su ojos sí sonríen, esa capacidad para juzgar al tonto

por la quietud del aire que le envuelve, 

tiene tendencia a tamborilear sobre un piano invisible,

le salen letras en lugar de notas, una Remington antigua,

negra y ventruda como las naves de los griegos 

olvidadas en las playas de Troya.

Al final se sentó y bajito, pronunciando despacio en griego antiguo

nos ha llamado imbéciles o cursis (acaso las dos cosas).

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