He salido a recoger
manzanitas silvestres, haré un collar con ellas
y lo colgaré a la puerta
para festejar esta cuaresma pagana del otoño,
el corazón del bosque sueña amargo, usa
la pequeñez para asustarnos
con el ácido cortante de esa abreviatura de manzana,
nos mostrará el rencor de su tamaño, su imperfección elaborada
con maleficios que alteraron la meteorología,
como una maldición, como un remedo teatral
de aquel desaforado simbolismo de la manzana de Eva
del que sólo nos queda la oscura prohibición de comer algo
que nos pudiera abrir los ojos
a placeres futuros.
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